domingo, 27 de noviembre de 2011

Dos arados para sembrar la tierra en Estación Moreno




La producción agrícola en Estación Moreno, Sonora, se realizaba con los métodos del Siglo XIX. No se disponía de corriente eléctrica ni de pozos para regar la tierra. El manto de agua estaba a más de 150 metros de profundidad y no había recursos económicos para contratar a un perforador que hiciera un pozo para regar la tierra.

Tampoco se tenían los recursos para comprar un tractor, aunque fuera uno pequeño, y arañar lo que se pudiera en menos de cinco hectáreas de terreno disponible, a nivel de préstamo, de parte del dueño del terreno.

Hay razones para suponer que el sitio del mapa donde se encuentra Estación Moreno era considerado por la etnia Yaqui como parte de su territorio, pero de eso hablaremos en otra ocasión. Lo importante, por ahora, es que en términos de las leyes dictadas al finalizar el siglo XIX, y a inicios del siglo XX, aquellas tierras tenían un dueño que pertenecía a la estirpe de los “hombres blancos”.

La tierra se barbechaba dos veces antes de sembrar en el verano, con la esperanza de que a partir del 15 de julio llegaran las lluvias. Si esto ocurría, las plantas nacían y lograban crecer medianamente, según la cantidad de agua que llegara por el arroyo que irrigaba la milpa.

Había dos arados en Estación Moreno, uno cuyo destino desconocemos, grande, de hierro, y fabricado en los Estados Unidos. El otro, más pequeño, se conserva en manos de uno de los hijos de Don Miguel y Doña Conchita. Es el que presentamos en las fotografías y fue fabricado en Nuevo León, México.


Inicialmente ambos eran muy similares al que se presenta en el siguiente dibujo, con dos mangos para dirigirlo.



Incluso, Don Miguel le agregó una rueda muy parecida a la que aparece en el dibujo anterior, debido a que los dos arados presentaban la desventaja de que en ocasiones se hundían demasiado y dificultaban la tracción que ejercían los dos animales que lo jalaban. Cuando se retiró de Estación Moreno, Sonora, para irse a vivir a Jalisco, se llevó sus dos arados y modificó el que presentamos en las fotos de esta contribución al blog. Decidió usar el más pequeño para “darle tierra a las milpas”, como se les llama a las plantas de maíz. Detalle técnico que contaremos en otra ocasión para hacer saber en qué consiste este procedimiento y explicaremos qué tan importante es en el proceso de siembra y cosecha de los elotes.

En la siguiente foto podemos apreciar cómo es la parte delantera del arado


Se puede ver que tiene cuatro pares de agujeros, en los cuales se puede colocar un tornillo de acero como el que aún se encuentra allí.

Cuando se desea que el arado penetre más profundo en la tierra se coloca el tornillo en el par de agujeros que están en la parte superior. Esto tiene la ventaja de que la tierra es removida a mayor profundidad, pero tiene la desventaja de que el trabajo de las bestias que lo jalan es mucho mayor, lo cual las lleva al agotamiento demasiado rápido.

Si lo que se busca es penetrar a menor profundidad en el terreno, se pone el tornillo en el par de agujeros inferiores. Esto es poco usual y se escoge esta opción únicamente cuando se va a “dar tierra” a las plantas. Punto que mencionamos en un párrafo previo.

En las dos fotos siguientes se aprecia la punta del arado, también llamada “reja”:


Se trata de una pieza que se atornilla cuidadosamente para evitar que se desprenda. Se gasta en menos de 20 horas de trabajo continuo y es necesario sustituirla por una nueva.

En Estación Moreno, Sonora, se barbechaba la tierra dos veces antes de la siembra de verano. Sembrar en invierno era solamente una casualidad y se intentaba únicamente cuando había plena confianza de que vendrían una clase de lluvias que se llaman equipatas.

La primera vez se barbechaba la tierra en rayas de este a oeste, a mediados de junio, en una orientación similar a la del movimiento del agua vertida por el arroyo que irrigaba un poco menos de 5 hectáreas de terreno. Cada una de las rayas recibe el nombre de zurco.

Con esta acción se volteaba la tierra por primera vez para garantizar una primera oxigenación y nitrogenación de la misma. Si había alguna clase de bichos dañinos quedaban expuestos al sol y se morían.

El proceso se volvía a repetir después de la primera lluvia importante, lo cual sucedía normalmente cerca del 15 de julio de cada año. En esa ocasión las rayas (o surcos) del barbecho se orientaban de sur a norte, para que quedaran perpendiculares a la dirección en que fluía el agua del arroyo.

En esta segunda ocasión el zacate regional ya había nacido y al voltear la tierra de nuevo quedaba tapado, con lo cual se evitaba que creciera y estorbara la cosecha que se esperaba obtener con el proceso de siembra.

Cada surco es similar al que se presenta enseguida, tomada de un video del youtube en el que una persona barbecha nada más para que se tome la escena.


Esos videos que se pueden consultar en el youtube son únicamente para posar, como se puede concluir de que el labrador (hombre que barbecha) no lleva un orden en su trabajo. El procedimiento correcto lo explicaremos enseguida.

Primero se lanzaba un surco tan derecho como fuera posible, por ejemplo de sur a norte, y enseguida se regresaba cuidando que la nueva línea se mantuviera paralela a la primera, tratando de que no quedara un solo pedazo de tierra sin voltear. El área barbechada siempre debía quedar a la derecha del labrador. De manera similar a la que presenta la siguiente fotografía:


Enseguida se regresaba, cuidando que el surco recién trazado en el terreno quedara ubicado a la derecha, eso ensanchaba un poco el área barbechada. De todos modos, los dos surcos juntos no eran más anchos que la mitad de un metro. La siguiente fotografía es original de la tierra de siembra en Estación Moreno, Sonora. El joven de la foto tenía entonces 16 años de edad y muestra el procedimiento correcto que estamos relatando. Él avanza cuidando que el terreno recién barbechado quede a su derecha. El animal más grande camina sobre el surco porque, siendo más pesado, su trabajo se facilita.


En la parte posterior de la fotografía se puede observar que los árboles ya tenían hojas, lo cual indica que ya había caído al menos la primera lluvia, por lo tanto se trata del proceso de siembra. De hecho, justo atrás del joven se encuentra el sitio por donde llegaba el agua del arroyo del que hemos venido hablando.
Con el procedimiento que hemos mencionado se hacía crecer el área barbechada de la manera que se explica en el dibujo siguiente:


El movimiento del labrador se indica con dos flechas rojas, y como puede notarse, es similar al giro del reloj de manecillas. Otra flecha señala el sitio donde podría ir la persona que dirige los animales. A cada una de esas áreas se les llama besanas y hay que cuidar que no sea demasiado ancha pues en esos casos se pierde tiempo y esfuerzo en las puntas para avanzar hacia la otra orilla y seguir barbechando. Por ejemplo, si se permite una besana de diez metros de ancho. Cuando se está finalizando la misma se está gastando energía a razón de 20 metros por vuelta. Si la parcela tiene cien metros de largo en la parte en que se trabaja. Un poco de aritmética nos lleva a concluir que en dos vueltas y media se consume tiempo y esfuerzo equivalente a la mitad de una vuelta. Considerando lo difícil que es este trabajo, siempre caminando bajo el sol, resulta absurdo escoger el trazado de besanas demasiado anchas.

Para mantener el arado en su sitio era necesario cuidar varios detalles:

Primero: la colocación de los dos animales que lo jalaban debía ser tal que uno de ellos caminaba siempre sobre el surco, mientras el de la izquierda no se alejaba demasiado, ni se acercaba tampoco, de modo que así se podía evitar que sacara de su sitio al de la derecha. En Estación Moreno, Sonora, eso casi nunca ocurría en la etapa del primer barbecho, siempre y cuando se trabajara con animales entrenados. La razón es que con el terreno seco no había muchas plantas secas que las bestias quisieran morder para comer. En cambio, durante el segundo barbecho, para llevar a cabo el proceso de siembra, ya habían nacido muchas plantas pequeñas y verdes en diversas partes de la tierra, y entonces, el interés de las bestias por morder un quelite, o algo similar, crecía. Para ese fin, el joven de la foto llevaba siempre una soga a la mano (las riendas) para jalarla y corregir la colocación del animal que pretendiera salirse del camino que debía seguir.

Segundo: por razones naturales de la diferencia en la dureza del terreno, o de la inclinación del mismo, el arado tendía a salirse hacia la izquierda o hacia la derecha, aún cuando las bestias estuvieran jalando correctamente. En ese caso se llevaba a cabo un proceso de inclinación suave hacia la izquierda o hacia la derecha. Esto lo explicaremos enseguida:

Si el arado tenía tendencia a meterse hacia el área barbechada, el labrador debía inclinar el arado hacia su derecha para corregir el rumbo. La siguiente fotografía ilustra este procedimiento:


En cambio, si el arado tendía a salirse hacia la izquierda, para meterse en el área que todavía no estaba barbechada, el labrador debía inclinar el arado hacia su izquierda, como se muestra en la siguiente foto:


El observador poco experimentado puede tener dificultades para percibir las diferencias, pero se debe a que los movimientos debían ser muy suaves.

Si no se procedía de esta manera, se dejaban en el terreno sitios sin sembrar, que nosotros llamábamos “camellones”. Estos eran lugares donde las plantas no crecerían, de modo que ese defecto se debía corregir en la siguiente vuelta, dando lugar a la acumulación de tiempo y de energía. Siempre bajo el rayo del sol y con temperaturas que después de las once de la mañana rondaban los cuarenta grados centígrados. Nada recomendable.

El resultado de un barbecho correcto debía dar lugar a algo similar al diagrama que presento enseguida:


El área superior está dibujada con un color más claro e indica hasta dónde podía alcanzar la punta (reja) del arado. El área inferior, de color más oscuro, muestra la sección del terreno que permanecía dura. Si el barbecho no era fino, las secciones duras subían demasiado alto y eso resultaba malo para las plantas, pues se trataba de espacios en los que no podían desarrollar sus raíces, disminuyendo así las fuentes para nutrirse.

Un buen trabajo de barbecho podía dar lugar a una siembra exitosa, lo cual no garantizaba una buena cosecha, pues todavía faltaba que lloviera lo suficiente, lo cual, a veces, no fue más que una esperanza.