En esta contribución al blog se relata un poco de la
historia del trabajo de crianza que realizó Don Miguel Castellanos Quiñonez en
un pequeño rebaño de cabras criadas en Estación Moreno, un pequeñísimo poblado situado
a 64 kilómetros al norte de Empalme y a 75 kilómetros al sur de Hermosillo. Ambas
ciudades en el Estado de Sonora, México.
La siguiente fotografía
fue tomada en algún lugar de Sonora.
Las personas conocedoras de las distintas razas de cabras podrán identificar que se trata de un animal de:
1.
Frente recta.
2.
cuerpo delgado y largo.
3.
una pelambre colorida que, si se aprecia junto a
otros individuos de la misma especie, es solamente una de las muchas variantes
de colores.
4.
Las orejas son alargadas y presentan superficie
ligeramente curva.
5.
La parte superior, desde la cola hasta el
pescuezo es recta.
En los puntos 1 y 2 se identifica a la raza Alpino Francés y
comparte la observación número 3 con la raza Nubia, que en algunos sitios es
conocida como: Anglo-Nubian.
Sin embargo, las comparaciones no pueden ir más lejos porque
la raza Nubia es de frente sumamente curvada y las orejas son más anchas y
largas. Tampoco el punto 5 coincide, porque de la cola al pescuezo presentan
una curva que baja lentamente y empieza a subir cerca de las patas delanteras
del animal.
Aunado a lo anterior, las cabras nubias son más anchas y
presentan diferencias en la cantidad de carne que tienen y también en la composición
y la cantidad de leche que producen.
¿Cuál es
la razón por la que el ejemplar de la fotografía comparte características de
dos razas distintas?
La historia inició aproximadamente entre 1955 y 1957, cuando
Don Miguel encargó un ejemplar de la raza Nubia que llegó una noche por el
sistema de carga del tren que corría desde Guadalajara hasta Nogales. Era un
animal pequeño y muy largo que vi meterse por debajo de la cama en la que ya me
disponía a dormir.
El pelo de aquel cabrito presentaba una variedad de manchas anaranjadas,
amarillas y grises con tonalidades negras. Estaba destinado a ser el semental
de un ato de cabras de una raza que llamaban criollas, que eran todas de color
blanco, pequeñas y muy pobres en el rendimiento de carne y de leche.
El semental creció enorme y cuando se paraba sobre las patas
traseras para alcanzar las hojas de las ramas de los árboles parecía ser de alguna
otra especie, en lugar del ganado caprino.
Don Miguel era propietario de un pequeño ato de cabras que seguramente
eran descendientes de la raza que en los textos llaman “Blanca Celtibérica”.
Ésta fue traída por los españoles en la época de la colonia y se encontraba muy
bien adaptada a las condiciones climáticas mexicanas. Eran de color blanco y en
Estación Moreno, donde se embarcaba grafito, lucían sucias porque las manchas
oscuras resaltaban sobre la blancura que tendrían en otros sitios de Sonora. Esta
raza tenía varias desventajas: era pequeña y daba muy poca leche. Se aprovechaba
en lo que llaman “cabras doble propósito” porque se utilizaba su carne y su
leche. Obviamente, su ventaja era su adaptación al clima y a la geografía de
la región semidesértica por donde cruza la vía del ferrocarril.
Fue alta la rapidez con que cambiaron las características
del ato de cabras (nunca más de 30). Ayudaba el hecho de que en muchas razas de
chivas hay dos pariciones al año, ya que el periodo de gestación dura en
promedio 151 días. El color blanco se fue perdiendo para dar lugar a una
combinación de colores que difícilmente se repetían. Las orejas largas, anchas
y caídas empezaron a aparecer y después a predominar. La línea curva de la
parte superior de la raza Nubia empezó a notarse, su tamaño también, y por
supuesto, la cantidad de leche superó rápidamente el litro diario por cada
cabra madura.
Enseguida se presenta una fotografía de una parte del rebaño
resultante del experimento que ahora voy a relatar.
La familia Castellanos Moreno vivíamos a la izquierda de la
foto. Al fondo destaca un cerro que alcanza casi 500 metros de altura sobre el
nivel del mar y se encuentra a ocho kilómetros al norte de Estación Moreno. A la
derecha se ubica el cerro del chivato, situado a más de 20 kilómetros hacia el noreste,
aunque la fotografía no lo alcanza a captar. Se puede ver junto a las cabras un
perro que las cuidaba. Estos eran adquiridos cuando aún no abrían los ojos y
eran alimentados directamente de la ubre de alguna de las chivas, razón por la
que se consideraban parte del grupo y nunca las abandonaban. Al fondo se
distingue una línea de árboles que crecían a la orilla del “arroyo de la bomba”
porque hasta antes de 1958 hubo allí un pozo que usó el ferrocarril para surtir
agua a las máquinas de vapor. Cuando esas viejas máquinas fueron sustituidas
por las de diesel cerraron el pozo, quitaron los grandes tinacos y nos quedamos
sin agua. En lo sucesivo, fue necesario viajar un poco más de dos kilómetros
para traerla en una carreta jalada por una mula con una pipa de 600 litros. El sitio
a donde íbamos por este líquido se llama “Baboyahui” y el camino para llegar allí se encuentra a la
derecha de la foto.
Regresando al tema, Don Miguel cambió de semental entre 1962
y 1964, consciente de que la raza se degeneraba si el macho cabrío empezaba a
cubrir nietas, bisnietas, etcétera. Entonces importó desde California a un
ejemplar que se llamaba “Mister Duke”, que era de la raza Anglo Nubia. También llegó por ferrocarril y era de
color negro con manchas blancas en la cola, la frente y las patas. No era tan
enorme como el anterior, pero resultó igual de efectivo porque la raza Nubia
siguió mejorando.
Una noche no regresó una parte de las cabras. A la mañana
siguiente fuimos a buscarlas hacia el norte de Estación Moreno, encontrando que
el tren las había matado a casi todas. Incluido el semental que tanto dinero
había costado.
El siguiente paso de Don Miguel fue intentar un experimento.
Cruzar la raza Nubia con la Alpino Francés. Nunca nos contó cómo había llegado
a esa decisión, pero probablemente influyó que años antes había adquirido un
par de cabras de la raza Saanen, que eran extremadamente productoras de leche. Ésta
es originaria de Suiza, está adaptada a climas fríos y en ellas predomina un color entre beige
y claro.
Las cabras fueron obsequiadas por integrantes de un grupo de
religiosos evangelistas y los beneficiarios eran los habitantes de un rancho
que se ubicaba entre el “cajón de la uvalama” y el cerro del chivato. La
primera cabra se llamaba “Petrita” y daba a diario una inmensidad de leche: 5
litros. En el año de 1958 se trasladó la familia, salvo Don Miguel, a la ciudad
de Hermosillo para que todos estudiáramos. La Petrita se vino con nosotros y a
diario comía un ramo de alfalfa que se adquiría por 20 centavos en un local
ubicado a unos cientos de metros de la casa rentada. Esta cabra la cambió por
un par de potrancas. La segunda de ellas era de un color ligeramente diferente
(oscuro con motivos blancos) y la obtuvo de las mismas personas a cambio de
dinero en efectivo.
Era claro que se trataba de dos ejemplares alejados del
clima en el cual podían desempeñarse bien, de modo que fue necesario recurrir a
mantenerlas en estabulación (en corrales) mientras el resto del rebaño salía a
buscarse su comida en el campo cercano. La Petrita se enfermó y perdió una de
sus ubres. Estuvo al borde de la muerte pero Doña Conchita la salvó dándole
unos preparados de ponche que incluía huevo batido mezclado con plantas
medicinales y un poco de tequila como saborizante que la cabra aprendió a
despacharse desde la segunda o tercera vez que se la dieron en una botella.
Don Miguel estaba enterado de la productividad de las razas
suizas y alpinas, de modo que decidió experimentar adquiriendo un semental de
la raza Alpino Francés. El ejemplar también llegó por tren, hambriento y
sediento en una java de madera. Recuerdo bien su color, era casi el mismo que
la cabra de la foto presentada al inicio de esta contribución al blog. Era feliz
en el invierno, pero requería muchos cuidados en verano.
El experimento resultó muy bien. La descendencia soportaba
bien el calor del verano, eran de buen tamaño, tenían bastante carne y daban
mucha leche. Consultando los datos de los libros de texto especializados en la
cría de ganado caprino, he encontrado que la productividad del rebaño de cabras superó los
resultados que se obtienen con el método de pastoreo. Era común que dieran dos
litros de leche.
Esa es la historia de esta raza sin nombre.