sábado, 4 de febrero de 2012

La Paloma










Hoy en día cuando la fauna silvestre incursiona en los centros urbanos, empujada por la deforestación de su medio ambiente natural, poco reflexionamos en la presencia de diferentes especies de aves que buscan sus alimentos en los árboles y en los patios de nuestras viviendas.





Una creencia popular muy extendida le asigna una mirada muy aguda a esas aves conocidas en nuestro medio como palomas pitahayeras. Quizá por lo mismo, en otros tiempos, resultaba difícil acercarse a ellas en su propia naturaleza.





Hace algunas décadas un par de manos infantiles rescató uno de esos animalitos de las ramas de un árbol, y fue cuidado en nuestra casa con esmero, alimentándolo con fruta de pitahaya y de sina; como era de esperar, la pequeña ave se desarrolló y se convirtió en fiel acompañante de la familia durante los desplazamientos dominicales a los sitios propicios para pasar una tarde en los alrededores de Estación Moreno. La Paloma, como de manera económica fue llamada, se trasladaba volando a cierta distancia del grupo familiar, parándose de rama en rama, para seguir el avance de “su familia”. Cuando ésta realizaba la parada final en el lugar donde permanecería algunas horas, La Paloma efectuaba su propia estancia en la rama de algún árbol cercano, moviéndose de vez en cuando para no perder detalle de la vida familiar.

Ya en casa la palomita escogía su propia recámara, aunque solía desplazarse con pasos elegantes, como modelo en pasarela, por toda la estancia; su canto reflejaba también sus estados de ánimo demandando, en ocasiones, la atención debida a un prominente miembro de la familia. Un día escogió como refugio la parte posterior de una puerta de salida al patio, y la inoportuna apertura de esa plancha de madera le hizo una herida profunda en su pequeño cráneo. No parecía tener remedio, pero los cuidados intensivos de Doña Conchita la volvieron a la vida. Desde entonces, su figura fue inconfundible, pues lució una cicatriz en la cabeza, como si se hubiera peinado de raya en medio para estar presentable.





El tiempo transcurrió y La Paloma comenzó a incursionar por el monte cercano, alejándose por días para, luego, desaparecer; semanas o meses después fue avistada acompañada de sus crías, pero ya no reclamó un sitio en la casa familiar, pues había construido la suya. Sin embargo, La Paloma, convertida en amorosa madre de familia llevaba sus hijos a beber en la tenue línea de agua formada por los escurrimientos del lavadero. Después de que sus hijos crecieron no se le volvió a ver, pero de tiempo en tiempo una paloma seguía los desplazamientos de la familia, como cerciorándose de que toda seguía bien en ella.