La
fotografía anterior es un chal tejido a mano por Doña Conchita en
Estación Moreno y estaba destinado a cubrir los hombros para servir
de abrigo de una de sus hijas. Cada una de las flores fue tejida por
separado y después fueron unidas, una por una, en un trabajo que
llevó muchas semanas de labor.
Estación
Moreno fue un poblado en el que nunca se dispuso de corriente
eléctrica y el agua corriente desapareció cuando dejaron de usarse las máquinas de vapor del ferrocarril. Tampoco había gas envasado. La vida
cotidiana era muy similar a la que enfrentaban las mujeres mexicanas
de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Se
cocinaba tres veces al día en una estufa encendida con leña, y en cada
ocasión, era necesario “poner la lumbre” mediante un sistema en
el que se colocaba un pedazo de papel en la parte baja y se mojaba
ligeramente con keroseno. Arriba se colocaban astillas de madera de
dos a cinco centímetros de largo y menos de medio centímetro de
espesor. Esos eran los sobrantes del proceso utilizado para producir
leños de cuatro a seis centímetros de diámetro y menos de cuarenta
de largos. Se encendía el keroseno y se esperaba el crecimiento de
la flama hasta que la leña se encendía. Era apenas el inicio del
trabajo de elaboración de los alimentos.
Había
necesidad de lavar la ropa a mano, los sartenes y los platos, asear
la casa y mantenerla libre de un polvo muy fino que se llamaba tizne,
proveniente de los almacenes del grafito, a cincuenta metros de la
casa de Doña Conchita. Ponerle el cuajo a la leche por las mañanas, para hacer el queso de cabra y salarlo por las tardes. Hervir la leche recién ordeñada, confeccionar las tortillas de harina o de maíz
a mano, y aparte de todo lo anterior, coser o tejer en las tardes,
mientras esperaba a que los tubos de las lámparas de petróleo
(keroseno) se secaran para encender la pequeña llama que iluminaba
la casa durante las primeras horas de la noche.
Acostumbrada
al régimen de vida de las mujeres mexicanas de principios del siglo
XX, Doña Conchita no podía descansar jamás. Cuando visitaba a una
de sus hijas empleaba gran parte de su tiempo en tejer para ella y
para sus nietas diversas prendas, como por ejemplo, el siguiente
conjunto de zapatos de bebé que fueron usados en diversas etapas de
los primeros años de vida de una de ellas:
En una
casa de la ciudad de Phoenix se guardan algunos de los instrumentos
de trabajo que ella usó para tejer mientras estaba de visita. El ojo
observador puede apreciar en la siguiente foto que se requerían
diferentes tamaños de ganchos. Es algo conocido por las mujeres que
todavía siguen esta práctica.
En la
siguiente foto se incorpora un gancho más grande, también más
reciente, que probablemente Doña Conchita no llegó a utilizar, pero
sirve para dar una idea del grado de complejidad del tejido a mano.
Doña
Conchita tejía gorros para sus nietas y otras prendas que ayudaban a
cubrirlas del frío:
Usaba
además un par de agujas para tejer, de las cuales no se conservó
ningún ejemplar y a veces hacía comentarios acerca de los distintos
puntos que planeaba llevar a cabo, con unas técnicas que nunca
comprendimos.
En
alguna ocasión, resueltas las necesidades inmediatas de abrigo de
sus hijos y sus nietos, se tomó el tiempo para tejer “una negra”
que serviría como adorno en algún lugar de la casa de su hija.
Hacerla
fue para ella como una diversión inspirada en algún modelo de las
revistas de costura y de tejido que compraba, o a las cuales se
suscribía para recibirlas periódicamente por correo. El acto de
coser, o de tejer, era una actitud ante la vida y una evocación de
sus recuerdos personales.
Admirando
un par de piezas de las chambritas que tejió para una de sus nietas,
uno puede comprender por qué ella tejía para sus hijos, sus hijas,
sus nietos y sus nietas. Es suficiente con traer a la memoria la
costumbre mexicana que practicaban hace décadas las jóvenes mujeres
que esperaban al bebé que crecía en su vientre. Empezaban a tejer
las prendas que necesitaría, normalmente con estambre de color
blanco porque ignoraban si sería niño o niña, y al hacerlo,
imaginaban las manitas, o la pequeña cabeza, o el tórax, o los
pies, del retoño que todavía no nacía.
En el
mismo sentido, viviendo a más de setenta kilómetros de la
civilización, sin la compañía de ninguno de sus hijos, Doña
Conchita se concentraba en cada uno de ellos mientras tejía,
imaginándolos cuando le iba dando forma al gorro que llevaría en su
cabeza. Era un estado de concentración de su mente que consistía en
combinar el aspecto práctico del trabajo vespertino, o nocturno, con
el recuerdo de los seres que ella amaba.
Tejió
para ocho hijos, dos de los cuales perdió cuando apenas eran unos
bebés y a los cuales recordó siempre, enseñándonos que podía
haber resignación pero no olvido. Alcanzó a tejer también para al
menos once nietos, pero la mayoría de los productos de su trabajo se conservaron en la casa de una de sus hijas. Se trata de una labor
sumamente complicada, pues los micro organismos van tomando
lentamente un lugar conforme pasa el tiempo. Es el caso del siguiente
adorno de mesa que, a pesar de que se guarda con esmero, resiente las
décadas que van transcurriendo.
Enseguida
podemos admirar dos adornos para mesa. Estos si, de colores muy
mexicanos. Como ya he explicado antes, cada color se trabajaba por
separado para unirlo con los demás en el momento adecuado.
Para
los mexicanos es común encontrar estas combinaciones fuertes de
colores, de modo que son vistas con normalidad. Con frecuencia son
los europeos quienes se extrañan y se maravillan por el enorme
colorido de los objetos de México.
Ya he
escrito que en Estación Moreno se consumían tortillas de harina de
trigo y de maíz. La harina para fabricar las primeras se vendía en las tiendas de abarrotes
en sacos pequeños de manta y venían en dos tamaños diferentes: uno
era el quintal, que traía 45 kilogramos; el otro era la arroba, con
nueve kilogramos. Eran sacos, o costales, hechos de manta. Ella
prefería esta última medida porque era un peso que podía manejar
sin pedir ayuda a nadie y tenía que hacer la masa, convertirla en bolas del tamaño apropiado y darle la forma de tortilla para cocinarlas en un comal. Cuando se terminaba el contenido de los sacos de harina, los
sacudía, los descosía y los lavaba hasta eliminar todo rastro del
contenido. Enseguida los ponía a hervir hasta dejarlos totalmente blancos. Libres de los logos y nombres de la empresa vendedora. La manta quedaba completamente blanca. Casi todas las sábanas que se usaban en su casa estaban
hechas con estas telas, cosidas hasta dar las medidas adecuadas. En
algunas ocasiones las cortaba a las dimensiones adecuadas para
confeccionar servilletas para la cocina, con las cuales tapaba las
tortillas para protegerlas de las moscas, o tapar la bandeja del
queso, o la olla con la leche. También las cortaba para darles
formas redondas y les añadía un tejido para formar un adorno.
Enseguida se muestran dos de ellos:
El
siguiente es un adorno similar, pero en un rectángulo muy alargado y
bordado con estambre de color amarillo:
La
colección de adornos de mesa es extensa, y a veces, extremadamente
simpática (en el significado que se le da a esta palabra en México).
Varios de ellos los podemos ver en las siguientes fotografías:
También
hacía manteles donde aplicaba técnicas de deshilado que ahora
pueden ser observadas en los videos de youtube. Tensaba la manta en
los bastidores de uso cotidiano en el bordado a mano, marcaba las
líneas con un lápiz y alternaba el uso de las tijeras con las
agujas para realizar el trabajo. Si se aprecia con detenimiento los
manteles de las siguientes fotos, se podrá observar que hay en ellos
una combinación de bordado, deshilado y tejido. Todo hecho a mano
por supuesto:
Doña
Conchita cosió, tejió, bordó y practicó el deshilado hasta donde
la vida le alcanzó. Su último proyecto fue un mantel que nunca
terminó. Emprendió el proceso de tejido de la orilla del mismo, en
una división del trabajo en la que su hija se encargaría del
bordado. Estaba usando un estambre que combinaba el color rosa con
tonos de blanco, en una mezcla que en México solía ser conocida
como: “tornasol”. Su obra inconclusa se quedó guardada, junto
con el estambre, en una pequeña bolsa de plástico transparente,
adentro de otra bolsa más grande con el sello de una zapatería, ya
desaparecida, de la ciudad de Hermosillo, Sonora.
Su hija
nos explicó el plan que habían pensado para la confección de la
prenda y al hacerlo nos recordó que esas dos bolsas no habían sido
abiertas desde que Doña Conchita las guardó por última vez.
Por
razones obvias, el chal que presentamos en la primera fotografía no
fue a cubrir los hombros de su hija. Se guardó para conservarlo como
un recuerdo valioso .