La receta para ser precisos y respetuosos del lector es muy simple. Es la misma que se usa cuando se dedica uno al trabajo científico: para no contar mentiras, lo correcto es revisar las fuentes a las que se recurre y comparar los datos cuidadosamente.
Foto de un minero en el año 1912 en la mina Santa María. Después conocida como El Lápiz.
Existe una revista publicada por Lenny Alejandro Gutiérrez Quihuis, se llama “Revista de Historia de Pueblos Abandonados” y constituye un esfuerzo notable en el que el primer problema está en obtener la información necesaria para escribir sobre una población en la que ya no quedan habitantes. El segundo es obtener los recursos necesarios para publicar lo que se escribe, lo cual constituye una tarea muchas veces extenuante, toda vez que los patrocinadores no se vuelcan sobre los trabajos de historia para apoyarlos.
Gutiérrez Quihuis hace un gran esfuerzo y es digno de alabarse. No es agradable criticar a esta revista, menos aún cuando forma parte de esa prensa marginal, y marginada, que trata de salir adelante como puede y cuando puede. Lo sé por experiencia personal.
Sin embargo, en el tema que abordaré, Lenny ha consultado fuentes que le han mentido a él, y como consecuencia, su muy apreciable esfuerzo se ha visto perjudicado.
Hay además una tesis de licenciatura fechada en el año de 1994, presentada en la Universidad de Sonora para obtener el título de Ingeniero Industrial y de Sistemas, con Raúl Torres Curiel como sustentante.
En los primeros cinco renglones de la página 10 de su tesis, Torres Curiel afirma que el descubridor del primer yacimiento de grafito fue una persona de apellido Aguirre, quien con empresarios alemanes habría intentado explotar el mineral.
Se requiere revisar los archivos donde se contienen las denuncias de minas para saber si lo anterior es verdad, además de la presunta presencia de empresarios alemanes en una fecha (1867) en la que todavía faltaban cuatro años para que esa nación naciera como tal. Si esa denuncia de yacimiento existió, en el año de 1891 ya no era válida. Más aún, la utilidad del grafito casi no iba más allá de la fabricación de lápices, pues sus propiedades para la fabricación de electrodos, lubricantes sólidos, revestimiento interno para hornos de temperaturas muy altas, o pigmento de pinturas, no eran técnicas dominadas en la época.
En las fuentes revisadas por mí, en
los Estados Unidos no se registra un solo mexicano que haya
incursionado en el grafito. Los gambusinos murieron en la pobreza o
en los tiros de las minas, soñando con la posibilidad de hacerse
ricos alguna vez, pero también, los dueños de los terrenos aledaños
se quedaron en la ensoñación de una historia familiar de abolengo.
Los trabajos de rigor universitario tienen la obligación de ser más
rigurosos. Estos tienen la obligación de ir a las fuentes
fidedignas.
La tesis de Torres Curiel acierta
cuando afirma que la explotación del grafito, para su exportación,
fue posible cuando dos hermanos de apellido Wickes establecieron los
contactos apropiados para ese fin. Pero falla cuando afirma que un
Aguirre bautizó a la mina como El Lápiz, efectivamente se llamaba
así en los años 1930, pero en esas mismas fechas se contaba en el
poblado que antes se había llamado Santa María, que es como se le
reconoce en un artículo publicado en el diario Pittsburgh Gazette
Times en 1912. No está claro hasta cuando se conservó el nombre oficial con el que se le llamaba en las publicaciones estadounidenses, pero ya avanzado el siglo XX, en las actas de nacimiento levantadas en La Colorada se empezó a escribir el nombre: El Lápiz.
Frank Hess, geólogo minero muy
reconocido en los Estados Unidos, publicó en la revista científica
Science una nota sobre el grafito de Sonora, refiriéndose a la mina
con el nombre de: Santa María. Procede decir que este experto visitó
la región entre los años 1907 a 1908 realizando trabajos de
inspección. Y si consideramos que la explotación de la mina de San
José de Moradillas tomó importancia paulatina después de 1915, uno
puede especular que fueron sus trabajos los que atrajeron las
inversiones más grandes para la explotación de este mineral.
En agosto de 2010 escribí que el
grafito usado para la primera pila atómica y para los reactores
nucleares construidos para producir plutonio para las bombas se
embarcó en Estación Moreno. Éste provenía de las vetas de San
José de Moradillas, como puede verse en la siguiente gráfica del
reporte de 1960 de los Estados Unidos. Allí se nota que la
contribución de México al grafito importado por los estadounidenses
era poco en el año de 1901, comparado con el de Ceilán y Madagascar
en primer lugar, seguido de Canadá y de otros países. Claramente se
aprecia que el grafito mexicano, específicamente de Sonora, tomó
importancia cuando El Lápiz ya era una mina agotada. Mientras que la
mina Lourdes, y la Cobalmar, entre otras relativamente importantes,
no surgieron sino hasta mucho tiempo después.
Los hermanos Wickes como fundadores
de la explotación del grafito en Sonora.
La empresa Wickes mantiene una
publicación oficial en la que relatan que la familia Wickes fue
fundada por los hermanos Henry y Edward Wickes, establecidos en
Flint, Michigan, desde 1854. Ellos eran comerciantes de sierras que
funcionaban por medio de vapor y son señalados como precursores en
esta clase de maquinaria.
El portal de la empresa Wickes relata
que, mientras vacacionaban en México, Henry y Edward Wickes
escucharon comentarios acerca de un deposito de grafito que se
encontraba cerca del sitio donde se hospedaban. Después de una
exploración personal, encontraron enormes vetas de este minera en
las montañas desiertas al sur de La Colorada, México. Un análisis
posterior de las muestras indicó un contenido de carbono de 85%.
ambos le transmitieron la información al hijo de uno de ellos, de
nombre Henry, quien formó la empresa United States Graphite en el
año de 1891. Enseguida adquirieron un almacén junto a las
instalaciones del ferrocarril en Saginaw y tramitaron el apoyo del
gobierno de México y de la empresa ferrocarrilera Southern Pacific
Railroad, la cual construyó ramales laterales necesarios para cargar
el metal de manera barata tanto en Sonora como en Michigan.
Las construcciones necesarias incluían vías alternas de algunos cientos de metros de longitud, como la que se ve enseguida de Estación Torres
La empresa de los hermanos Wickes empezó a trabajar la mina y a llevar el material a Michigan, donde desarrollaron la construcción de pintura, material para fabricar lápices, y muy importante, un lubricante a base de grafito que podía soportar altas temperaturas. Se expandió durante los años previos a la Primera Guerra Mundial debido a la manufactura de brochas de carbono para los generadores de corriente eléctrica, o de contactos para la operación de motores eléctricos. Los hermanos Wickes murieron súbitamente, con un mes de diferencia, en la Ciudad de Guadalajara.
El relato de William Deming Hornaday
El DOMINGO 15 de diciembre de 1912, el
diario estadounidense Pittsburgh Gazette Times, publicó un artículo
enviado desde la ciudad de Hermosillo, Sonora, en México, firmado
por W. D. Hornaday, quien lo había enviado a la redacción con fecha
de 7 de diciembre de ese año. Se intitulaba: Mexico Supplies World's
Graphite filling for 80 Per Cent of the Pencils Comes from Santa
Maria Mines. Dejabo del título agregaba: THEIR ROMANTIC STORY.
El autor del artículo era William
Deming Hornaday , un periodista estadounidense que había sido
corresponsal de guerra durante los enfrentamientos que llevaron a la
caída de Porfirio Díaz y quien gozaba de mucho prestigio entre los
medios de prensa de los Estados Unidos en esas fechas. Buena parte
de sus escritos se conservan ahora en la biblioteca de la Universidad
de Texas.
Traducido al español, el título del
trabajo de Hornaday significa: “México proporciona el grafito del
mundo, llenando el 80% de los lápices, proviene de las Minas de
Santa María”. Apareció en la página 8 de la segunda sección del
diario, a la izquierda de un enorme anuncio de una empresa que vendía
muebles, se llamaba Wildberg y estaba en la avenida Penn, en esquina
con Garrison Alley.
El artículo que relato se ilustraba
con la fotografía de un trabajador del grafito. Es la que aparece al inicio de esta contribución a mi blog. Era un joven delgado
y moreno, con un sombrero redondo, parado junto a uno de esos
carritos metálicos que corrían sobre rieles pequeños y se usaban
para cargarlos de grafito. Hornaday mencionaba que las Minas de Santa
María se encontraban a 20 millas de La Colorada, el lugar más
cercano con una vía de ferrocarril. Se trataba de las minas del
sitio que después fue conocido como El Lápiz y que en algunos
sitios se le menciona ahora como El Lápiz Viejo.
William Deming Hornaday relata que, por
la falta de ferrocarril, el grafito de estas minas no pudo ser
explotado sino hasta el año de 1891, aún cuando los yacimientos
habían sido descubiertos desde 1867. las razones mencionadas allí
son: 1) lo remoto del sitio, 2) la ausencia de servicio de transporte
por vía férrea y 3) el hecho de que el grafito era poco interesante
porque su importancia industrial era muy reducida.
El autor relata que fue después de
1895 cuando los propietarios de la mina Santa María empezaron los
trabajos que él consigna en su artículo. Hornaday cuenta también
que uno de los problemas principales era el aprovisionamiento de
agua, la cual era proporcionada a los trabajadores de las minas por
medio de diversos pozos que se encontraban aproximadamente a 800
metros (media milla) de la mina. Era bombeada a un tanque por medio
de bombas que funcionaban a base de gasolina y enseguida era traslada
a las viviendas y a otro tanque donde era almacenada.
No era agua corriente a través de
tubería como en las ciudades actuales, y de hecho, William Deming
Hornaday da a entender que ésta estaba racionada, pues dice que se
acarreaba en recipientes de aproximadamente 20 litros cada uno (5
galones) y a cada familia le correspondían 10 galones diarios, es
decir, un poco menos de 40 litros de este líquido.
El grafito era llevado por un camino de
tierra a La Colorada, en vagones que eran jalados por grupos de 10 a
14 mulas. Para 1912 ya existía un ramal del ferrocarril que iba
desde este poblado hasta Estación Torres, de modo que una vez allí
su movilización hacia los Estados Unidos se facilitaba.
El trabajo para construir la línea de
ferrocarril de Guaymas a Nogales inició en 1880 y quedó terminado
en 1882, siendo inaugurado en octubre de ese año. Se usaban máquinas
de vapor, que necesitaban frecuentemente de aprovisionamiento de
agua, razón por la cual en el diseño se estableció una estación
de ferrocarril con pozo y tinaco cada 25 o cada 30 kilómetros. Así,
al sur de Hermosillo se encontraba Estación Willard, después
Estación Torres y enseguida Estación Moreno.
En línea recta la estación de
ferrocarril más cercana era Estación Moreno, pero en términos
topográficos, entre la mina de Santa María y este sitio se
interponía el cruce de dos cordilleras con elevaciones superiores a
400 metros sobre el nivel del mar en muchos puntos. En consecuencia,
lo más razonable era escoger como punto de embarque del grafito a
Estación Torres.
Una foto de esa serranía se presenta enseguida. Tiene casi 20 kilómetros de largo, está orientada de norte a sur y en algunos sitios tiene casi 10 kilómetros de ancho.
En temporada de lluvias, el camino a
Estación Torres obligaba al cruce de lo que en los años 1940 hasta
2000, era llamado el arroyo de Las Uvalamas, que implicaba un
obstáculo notable por la cantidad de lodo y arena que se generaba
durante varias semanas.
El problema para el transporte del
grafito fue resuelto en forma satisfactoria después de 1896, cuando
fue autorizada la construcción de un ramal del ferrocarril para
establecer una conexión desde Estación Torres hasta La Colorada,
con lo cual queda bien contextualizada la descripción dada por
Hornaday.
El camino desde la mina Santa María
hasta La Colorada era más recto y con menos accidentes naturales. Enseguida presento una fotografía del estado actual de uno de esos caminos, que todavía se sigue usando por razones distintas a la minería.
Hornaday relata que las casas de los
trabajadores se localizaban a un lado de la mina y que ganaban de 85 centavos a
un dólar por día, con jornadas de 9 horas de trabajo.
Describe al poblado como una comunidad muy pintoresca.
De acuerdo a este periodista, el dueño
de la mina era Eugene McSweeney a través de la empresa Saginaw, que
en este tiempo era una asociación que en el derecho mercantil
estadounidense recibe el nombre de “syndicates”. Este dueño
moriría a la edad de 46 años el primero de marzo de 1914.
La mexicanización de la industria
minera
Después de 1965, aplicando las
políticas impulsadas por Adolfo López Mateos, el entonces
presidente Gustavo Días Ordaz dio forma a la nacionalización de la
industria minera mexicana, asunto que los estadounidenses lograron
resolver sin mayor problema para ellos. Para esa fecha ya habían
surgido otras minas más, ahora en manos mexicanas, pero de todas las
empresas que se formaron, solamente subsiste una porque las demás se
fueron a la quiebra.
La capacidad minera de quienes se
pretenden ahora como precursores de la industria del grafito queda
demostrada en la brevedad de su incursión en ellas. Sacar grafito
para venderlo casi en breña, en lugar de tratar de dominar todas las
técnicas necesarias para su industrialización, que era lo que
realmente dejaba ganancias, estaba fuera de sus conocimientos, de sus
contactos y del espíritu emprendedor de los estadounidenses.
La leyenda de precursores del
grafito.
En las últimas dos décadas ha tomado
fuerza una leyenda sobre los precursores del grafito en Sonora. En
ésta se promueve que los dueños de los terrenos aledaños a la mina
Santa María (El Lápiz), descubrieron los yacimientos e iniciaron la
explotación de este mineral.
Siempre han existido familias que
sueñan con obtener un abolengo para ser reconocidas por algo en la
historia, pero cuando se funda en falsedades, y pasa a las tesis
universitarias y a las publicaciones que se suponen rigurosas, las
cosas toman un tinte distinto.
La realidad es que los yacimientos de
grafito los conocían todos los vaqueros de la zona y todos los
cazadores que se internaban en esa cadena montañosa. Además, hay
algo que los presuntos historiadores formados en el rigor científico
ignoran, o callan, en complicidad con el estado de cosas imperante.
Me refiero al despojo del territorio de la etnia Yaqui. Como
abundaremos en otra ocasión, esta tribu reclamaba para si una franja
de tierra que iba desde la sierra del Bacatete hasta Guaymas, y de
allí, hasta un cerro conocido como El Chivato, ligeramente al
noroeste de El Lápiz. Ellos se movían sobre toda la serranía
porque era fundamental como coto de caza para su forma de vida y
recurrían al agua, abundante en el verano, de la cuenca del arroyo
de las Uvalamas, incluída una zona que ahora llaman El Cajón de la
Uvalama. Por lo tanto, todos los sitios donde se ubicaban los
yacimientos eran cercanos al territorio de los Yaquis, o estaban
dentro de éste. Eso generaba inestabilidad y desconfianza entre la
población de mestizos que pretendía situarse formando rancherías
al sur de La Colorada. La realidad es que en 1867, cuando se presume
el descubrimiento de los yacimientos de grafito, el sitio donde
después nació la mina Santa María, después conocida como El
Lápiz, estaba en los linderos del territorio de los Yaquis.
El problema fue resuelto,
satisfactoriamente para los mestizos, mediante la represión de
Porfirio Díaz en contra de la etnia Yaqui, después de 1885, cuando
éste militar convertido en Presidente se puso como meta el
exterminio de esa tribu.
Pretender que antes de esa fecha había
comerciantes precursores del grafito es, para decir lo menos, un
cuento chino que resulta difícil de creer entre las personas
informadas sobre la historia de fines del siglo XIX en esa zona de
Sonora.
Es bien sabido que el gobierno de
Porfirio Díaz favoreció a los empresarios extranjeros, de modo que
cuando los hermanos Wickes hicieron la denuncia de los yacimientos de
grafito, ninguno de los presuntos precursores apareció para
oponerse, si acaso fue verdad que alguna vez tuvieron un interés
comercial por este mineral.
La verdad es que no tenían ni la
información técnica, ni los contactos comerciales, ni los accesos a
los créditos, ni mucho menos la formación empresarial de los
Wickes. Tampoco aparecieron cuando, después de 1901, la empresa
Saginaw, con Eugene McSweeney a la cabeza, tomó el control de la
explotación del grafito, de su transportación, exportación a los
Estados Unidos e industrialización del mismo.
La empresa Wickes sigue existiendo en
la actualidad. La empresa Saginaw también, lo cual demuestra que sus
fundadores legaron corporativos económicos tan fuertes que pudieron
seguir funcionando aún sin su presencia. En cambio, la mina de Santa
María, conocida como El Lápiz al menos a partir de los años 1930,
se agotó.
Después de la Primera Guerra Mundial
tomó auge la mina de San José de Moradillas, que optó por
conectarse hacia Estación Moreno rodeando por el sur la serranía
que hemos mencionado. Pero ésta, para los años 1970, estaba en
franco declive y ahora es una colección de ruinas.
Los presuntos precursores nunca
tuvieron la habilidad para superar el hecho de que el capital social
de la empresa extractora de grafito contrastaba con una deuda ocho o
doce veces superior. Jamás concibieron la iniciativa de asociarse
con inversionistas que crearan en México la cadena de producción
industrial que procesara los derivados del grafito. Formalmente eran
los propietarios del 51% de las acciones de la empresa, pero con el
otro 49%, más la deuda transferida por los empresarios gringos, el
control estaba en manos de los estadounidenses. La fuente de los datos me la
guardo.
Vuelvo a repetir, la empresa Wickes y
la empresa Saginaw aún existen. Las otras no. Vistos los datos
anteriores, era obvio quién mandaba en las minas de grafito.
Los efectos de las políticas equivocadas son visibles en esta región abandonada. El camino de San José de Moradillas a Estación Moreno, que una vez fue muy bien cuidado, y con un mantenimiento de primer nivel, se encuentra ahora como se aprecia en la foto que sigue
No hay comentarios:
Publicar un comentario