sábado, 2 de febrero de 2013

El arte del tejido, el cosido y el deshilado.





La fotografía anterior es un chal tejido a mano por Doña Conchita en Estación Moreno y estaba destinado a cubrir los hombros para servir de abrigo de una de sus hijas. Cada una de las flores fue tejida por separado y después fueron unidas, una por una, en un trabajo que llevó muchas semanas de labor.
Estación Moreno fue un poblado en el que nunca se dispuso de corriente eléctrica y el agua corriente desapareció cuando dejaron de usarse las máquinas de vapor del ferrocarril. Tampoco había gas envasado. La vida cotidiana era muy similar a la que enfrentaban las mujeres mexicanas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Se cocinaba tres veces al día en una estufa encendida con leña, y en cada ocasión, era necesario “poner la lumbre” mediante un sistema en el que se colocaba un pedazo de papel en la parte baja y se mojaba ligeramente con keroseno. Arriba se colocaban astillas de madera de dos a cinco centímetros de largo y menos de medio centímetro de espesor. Esos eran los sobrantes del proceso utilizado para producir leños de cuatro a seis centímetros de diámetro y menos de cuarenta de largos. Se encendía el keroseno y se esperaba el crecimiento de la flama hasta que la leña se encendía. Era apenas el inicio del trabajo de elaboración de los alimentos.
Había necesidad de lavar la ropa a mano, los sartenes y los platos, asear la casa y mantenerla libre de un polvo muy fino que se llamaba tizne, proveniente de los almacenes del grafito, a cincuenta metros de la casa de Doña Conchita. Ponerle el cuajo a la leche por las mañanas, para hacer el queso de cabra y salarlo por las tardes. Hervir la leche recién ordeñada, confeccionar las tortillas de harina o de maíz a mano, y aparte de todo lo anterior, coser o tejer en las tardes, mientras esperaba a que los tubos de las lámparas de petróleo (keroseno) se secaran para encender la pequeña llama que iluminaba la casa durante las primeras horas de la noche.
Acostumbrada al régimen de vida de las mujeres mexicanas de principios del siglo XX, Doña Conchita no podía descansar jamás. Cuando visitaba a una de sus hijas empleaba gran parte de su tiempo en tejer para ella y para sus nietas diversas prendas, como por ejemplo, el siguiente conjunto de zapatos de bebé que fueron usados en diversas etapas de los primeros años de vida de una de ellas:


En una casa de la ciudad de Phoenix se guardan algunos de los instrumentos de trabajo que ella usó para tejer mientras estaba de visita. El ojo observador puede apreciar en la siguiente foto que se requerían diferentes tamaños de ganchos. Es algo conocido por las mujeres que todavía siguen esta práctica.
En la siguiente foto se incorpora un gancho más grande, también más reciente, que probablemente Doña Conchita no llegó a utilizar, pero sirve para dar una idea del grado de complejidad del tejido a mano.


Doña Conchita tejía gorros para sus nietas y otras prendas que ayudaban a cubrirlas del frío:





Usaba además un par de agujas para tejer, de las cuales no se conservó ningún ejemplar y a veces hacía comentarios acerca de los distintos puntos que planeaba llevar a cabo, con unas técnicas que nunca comprendimos.
En alguna ocasión, resueltas las necesidades inmediatas de abrigo de sus hijos y sus nietos, se tomó el tiempo para tejer “una negra” que serviría como adorno en algún lugar de la casa de su hija.


Hacerla fue para ella como una diversión inspirada en algún modelo de las revistas de costura y de tejido que compraba, o a las cuales se suscribía para recibirlas periódicamente por correo. El acto de coser, o de tejer, era una actitud ante la vida y una evocación de sus recuerdos personales.
Admirando un par de piezas de las chambritas que tejió para una de sus nietas, uno puede comprender por qué ella tejía para sus hijos, sus hijas, sus nietos y sus nietas. Es suficiente con traer a la memoria la costumbre mexicana que practicaban hace décadas las jóvenes mujeres que esperaban al bebé que crecía en su vientre. Empezaban a tejer las prendas que necesitaría, normalmente con estambre de color blanco porque ignoraban si sería niño o niña, y al hacerlo, imaginaban las manitas, o la pequeña cabeza, o el tórax, o los pies, del retoño que todavía no nacía.


En el mismo sentido, viviendo a más de setenta kilómetros de la civilización, sin la compañía de ninguno de sus hijos, Doña Conchita se concentraba en cada uno de ellos mientras tejía, imaginándolos cuando le iba dando forma al gorro que llevaría en su cabeza. Era un estado de concentración de su mente que consistía en combinar el aspecto práctico del trabajo vespertino, o nocturno, con el recuerdo de los seres que ella amaba.




Tejió para ocho hijos, dos de los cuales perdió cuando apenas eran unos bebés y a los cuales recordó siempre, enseñándonos que podía haber resignación pero no olvido. Alcanzó a tejer también para al menos once nietos, pero la mayoría de los productos de su trabajo se conservaron en la casa de una de sus hijas. Se trata de una labor sumamente complicada, pues los micro organismos van tomando lentamente un lugar conforme pasa el tiempo. Es el caso del siguiente adorno de mesa que, a pesar de que se guarda con esmero, resiente las décadas que van transcurriendo.

Enseguida podemos admirar dos adornos para mesa. Estos si, de colores muy mexicanos. Como ya he explicado antes, cada color se trabajaba por separado para unirlo con los demás en el momento adecuado.



Para los mexicanos es común encontrar estas combinaciones fuertes de colores, de modo que son vistas con normalidad. Con frecuencia son los europeos quienes se extrañan y se maravillan por el enorme colorido de los objetos de México.
Ya he escrito que en Estación Moreno se consumían tortillas de harina de trigo y de maíz. La harina para fabricar las primeras se vendía en las tiendas de abarrotes en sacos pequeños de manta y venían en dos tamaños diferentes: uno era el quintal, que traía 45 kilogramos; el otro era la arroba, con nueve kilogramos. Eran sacos, o costales, hechos de manta. Ella prefería esta última medida porque era un peso que podía manejar sin pedir ayuda a nadie y tenía que hacer la masa, convertirla en bolas del tamaño apropiado y darle la forma de tortilla para cocinarlas en un comal. Cuando se terminaba el contenido de los sacos de harina, los sacudía, los descosía y los lavaba hasta eliminar todo rastro del contenido. Enseguida los ponía a hervir hasta dejarlos totalmente blancos. Libres de los logos y nombres de la empresa vendedora. La manta quedaba completamente blanca. Casi todas las sábanas que se usaban en su casa estaban hechas con estas telas, cosidas hasta dar las medidas adecuadas. En algunas ocasiones las cortaba a las dimensiones adecuadas para confeccionar servilletas para la cocina, con las cuales tapaba las tortillas para protegerlas de las moscas, o tapar la bandeja del queso, o la olla con la leche. También las cortaba para darles formas redondas y les añadía un tejido para formar un adorno. Enseguida se muestran dos de ellos:


El siguiente es un adorno similar, pero en un rectángulo muy alargado y bordado con estambre de color amarillo:


La colección de adornos de mesa es extensa, y a veces, extremadamente simpática (en el significado que se le da a esta palabra en México). Varios de ellos los podemos ver en las siguientes fotografías:






También hacía manteles donde aplicaba técnicas de deshilado que ahora pueden ser observadas en los videos de youtube. Tensaba la manta en los bastidores de uso cotidiano en el bordado a mano, marcaba las líneas con un lápiz y alternaba el uso de las tijeras con las agujas para realizar el trabajo. Si se aprecia con detenimiento los manteles de las siguientes fotos, se podrá observar que hay en ellos una combinación de bordado, deshilado y tejido. Todo hecho a mano por supuesto:



Doña Conchita cosió, tejió, bordó y practicó el deshilado hasta donde la vida le alcanzó. Su último proyecto fue un mantel que nunca terminó. Emprendió el proceso de tejido de la orilla del mismo, en una división del trabajo en la que su hija se encargaría del bordado. Estaba usando un estambre que combinaba el color rosa con tonos de blanco, en una mezcla que en México solía ser conocida como: “tornasol”. Su obra inconclusa se quedó guardada, junto con el estambre, en una pequeña bolsa de plástico transparente, adentro de otra bolsa más grande con el sello de una zapatería, ya desaparecida, de la ciudad de Hermosillo, Sonora.


Su hija nos explicó el plan que habían pensado para la confección de la prenda y al hacerlo nos recordó que esas dos bolsas no habían sido abiertas desde que Doña Conchita las guardó por última vez.
Por razones obvias, el chal que presentamos en la primera fotografía no fue a cubrir los hombros de su hija. Se guardó para conservarlo como un recuerdo valioso .

4 comentarios:

  1. Buenas noches, soy Carmen Valenzuela hija de Raymyndo Valenzuela y Emilia Cordova, durante anos fuimos vecinos de ustedes y recordamos con carino a tus papas, mi mama esta aqui y le ensene los tejidos de dona Conchita y me dijo que ella conserva muestras de bordados que tu mama le hizo favor de ensenarle.

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    1. Hola:
      Me sorprendes. Yo estaría encantado de conversar con Ustedes. Agrego mi correo para que me digan cómo contactarlos. Estaríamos platicando con Ustedes mi hermano Miguel y yo.
      Saludos
      Arnulfo
      mi correo es: acastellster@gmail.com

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  2. Me gustaria enviarte las fotos, mis hermanas tamvien recuerdan a toda la famili y les mandar saludar

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    1. Hola:

      Mi correo lo agrego enseguida. Dime cómo me enviarías esas fotos.
      Saludos
      Arnulfo

      el correo es: acastellster@gmail.com

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