domingo, 14 de enero de 2024

Historia de una raza de cabras sin nombre. La raza de cabras incubada en Estación Moreno Sonora.

 


En esta contribución al blog se relata un poco de la historia del trabajo de crianza que realizó Don Miguel Castellanos Quiñonez en un pequeño rebaño de cabras criadas en Estación Moreno, un pequeñísimo poblado situado a 64 kilómetros al norte de Empalme y a 75 kilómetros al sur de Hermosillo. Ambas ciudades en el Estado de Sonora, México.

 La siguiente fotografía fue tomada en algún lugar de Sonora.


Las personas conocedoras de las distintas razas de cabras podrán identificar que se trata de un animal de:

1.       Frente recta.

2.       cuerpo delgado y largo.

3.       una pelambre colorida que, si se aprecia junto a otros individuos de la misma especie, es solamente una de las muchas variantes de colores.

4.       Las orejas son alargadas y presentan superficie ligeramente curva.

5.       La parte superior, desde la cola hasta el pescuezo es recta.

En los puntos 1 y 2 se identifica a la raza Alpino Francés y comparte la observación número 3 con la raza Nubia, que en algunos sitios es conocida como: Anglo-Nubian.

Sin embargo, las comparaciones no pueden ir más lejos porque la raza Nubia es de frente sumamente curvada y las orejas son más anchas y largas. Tampoco el punto 5 coincide, porque de la cola al pescuezo presentan una curva que baja lentamente y empieza a subir cerca de las patas delanteras del animal.

Aunado a lo anterior, las cabras nubias son más anchas y presentan diferencias en la cantidad de carne que tienen y también en la composición y la cantidad de leche que producen.

¿Cuál es la razón por la que el ejemplar de la fotografía comparte características de dos razas distintas?

La historia inició aproximadamente entre 1955 y 1957, cuando Don Miguel encargó un ejemplar de la raza Nubia que llegó una noche por el sistema de carga del tren que corría desde Guadalajara hasta Nogales. Era un animal pequeño y muy largo que vi meterse por debajo de la cama en la que ya me disponía a dormir.

El pelo de aquel cabrito presentaba una variedad de manchas anaranjadas, amarillas y grises con tonalidades negras. Estaba destinado a ser el semental de un ato de cabras de una raza que llamaban criollas, que eran todas de color blanco, pequeñas y muy pobres en el rendimiento de carne y de leche.

El semental creció enorme y cuando se paraba sobre las patas traseras para alcanzar las hojas de las ramas de los árboles parecía ser de alguna otra especie, en lugar del ganado caprino.

Don Miguel era propietario de un pequeño ato de cabras que seguramente eran descendientes de la raza que en los textos llaman “Blanca Celtibérica”. Ésta fue traída por los españoles en la época de la colonia y se encontraba muy bien adaptada a las condiciones climáticas mexicanas. Eran de color blanco y en Estación Moreno, donde se embarcaba grafito, lucían sucias porque las manchas oscuras resaltaban sobre la blancura que tendrían en otros sitios de Sonora. Esta raza tenía varias desventajas: era pequeña y daba muy poca leche. Se aprovechaba en lo que llaman “cabras doble propósito” porque se utilizaba su carne y su leche. Obviamente, su ventaja era su adaptación al clima y a la geografía de la región semidesértica por donde cruza la vía del ferrocarril.

Fue alta la rapidez con que cambiaron las características del ato de cabras (nunca más de 30). Ayudaba el hecho de que en muchas razas de chivas hay dos pariciones al año, ya que el periodo de gestación dura en promedio 151 días. El color blanco se fue perdiendo para dar lugar a una combinación de colores que difícilmente se repetían. Las orejas largas, anchas y caídas empezaron a aparecer y después a predominar. La línea curva de la parte superior de la raza Nubia empezó a notarse, su tamaño también, y por supuesto, la cantidad de leche superó rápidamente el litro diario por cada cabra madura.

Enseguida se presenta una fotografía de una parte del rebaño resultante del experimento que ahora voy a relatar.

 


 

La familia Castellanos Moreno vivíamos a la izquierda de la foto. Al fondo destaca un cerro que alcanza casi 500 metros de altura sobre el nivel del mar y se encuentra a ocho kilómetros al norte de Estación Moreno. A la derecha se ubica el cerro del chivato, situado a más de 20 kilómetros hacia el noreste, aunque la fotografía no lo alcanza a captar. Se puede ver junto a las cabras un perro que las cuidaba. Estos eran adquiridos cuando aún no abrían los ojos y eran alimentados directamente de la ubre de alguna de las chivas, razón por la que se consideraban parte del grupo y nunca las abandonaban. Al fondo se distingue una línea de árboles que crecían a la orilla del “arroyo de la bomba” porque hasta antes de 1958 hubo allí un pozo que usó el ferrocarril para surtir agua a las máquinas de vapor. Cuando esas viejas máquinas fueron sustituidas por las de diesel cerraron el pozo, quitaron los grandes tinacos y nos quedamos sin agua. En lo sucesivo, fue necesario viajar un poco más de dos kilómetros para traerla en una carreta jalada por una mula con una pipa de 600 litros. El sitio a donde íbamos por este líquido se llama “Baboyahui” y el camino para llegar allí se encuentra a la derecha de la foto.

Regresando al tema, Don Miguel cambió de semental entre 1962 y 1964, consciente de que la raza se degeneraba si el macho cabrío empezaba a cubrir nietas, bisnietas, etcétera. Entonces importó desde California a un ejemplar que se llamaba “Mister Duke”, que era de la raza Anglo Nubia. También llegó por ferrocarril y era de color negro con manchas blancas en la cola, la frente y las patas. No era tan enorme como el anterior, pero resultó igual de efectivo porque la raza Nubia siguió mejorando.

Una noche no regresó una parte de las cabras. A la mañana siguiente fuimos a buscarlas hacia el norte de Estación Moreno, encontrando que el tren las había matado a casi todas. Incluido el semental que tanto dinero había costado.

El siguiente paso de Don Miguel fue intentar un experimento. Cruzar la raza Nubia con la Alpino Francés. Nunca nos contó cómo había llegado a esa decisión, pero probablemente influyó que años antes había adquirido un par de cabras de la raza Saanen, que eran extremadamente productoras de leche. Ésta es originaria de Suiza, está adaptada a climas fríos y en ellas predomina un color entre beige y claro.

Las cabras fueron obsequiadas por integrantes de un grupo de religiosos evangelistas y los beneficiarios eran los habitantes de un rancho que se ubicaba entre el “cajón de la uvalama” y el cerro del chivato. La primera cabra se llamaba “Petrita” y daba a diario una inmensidad de leche: 5 litros. En el año de 1958 se trasladó la familia, salvo Don Miguel, a la ciudad de Hermosillo para que todos estudiáramos. La Petrita se vino con nosotros y a diario comía un ramo de alfalfa que se adquiría por 20 centavos en un local ubicado a unos cientos de metros de la casa rentada. Esta cabra la cambió por un par de potrancas. La segunda de ellas era de un color ligeramente diferente (oscuro con motivos blancos) y la obtuvo de las mismas personas a cambio de dinero en efectivo.

Era claro que se trataba de dos ejemplares alejados del clima en el cual podían desempeñarse bien, de modo que fue necesario recurrir a mantenerlas en estabulación (en corrales) mientras el resto del rebaño salía a buscarse su comida en el campo cercano. La Petrita se enfermó y perdió una de sus ubres. Estuvo al borde de la muerte pero Doña Conchita la salvó dándole unos preparados de ponche que incluía huevo batido mezclado con plantas medicinales y un poco de tequila como saborizante que la cabra aprendió a despacharse desde la segunda o tercera vez que se la dieron en una botella.

Don Miguel estaba enterado de la productividad de las razas suizas y alpinas, de modo que decidió experimentar adquiriendo un semental de la raza Alpino Francés. El ejemplar también llegó por tren, hambriento y sediento en una java de madera. Recuerdo bien su color, era casi el mismo que la cabra de la foto presentada al inicio de esta contribución al blog. Era feliz en el invierno, pero requería muchos cuidados en verano.

El experimento resultó muy bien. La descendencia soportaba bien el calor del verano, eran de buen tamaño, tenían bastante carne y daban mucha leche. Consultando los datos de los libros de texto especializados en la cría de ganado caprino, he encontrado que la productividad del rebaño de cabras superó los resultados que se obtienen con el método de pastoreo. Era común que dieran dos litros de leche.

Esa es la historia de esta raza sin nombre.

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